Se acabó

 Caminaba hacia la inevitable disipación de mi fortuna mientras reconsideraba las decisiones y la suerte que había tenido hasta entonces. Miraba los escaparates de las tiendas sin más sensación que una perfecta indiferencia hacia todo lo que no fuera mi infortunio y la melancolía de las épocas doradas. No podía pensar en nada más que en eso. Sin embargo, todo eso parecían fantasmas del pasado a pesar de que mi buena racha había terminado tres horas atrás. Es asombroso cómo podemos perder la capacidad de recordar los buenos tiempos cuando un mal suceso nos cortó el camino de la prosperidad y nos lleva hacia la desolación.

          No dejaba de ver a nadie más que a mí, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, dejando en segundo plano a las personas, a las tiendas, a la banqueta.

           Todo eso mientras pensaba no en lo que tenía hasta entonces, sino en lo que había perdido. 

        Me dirigí al parque, vacío por ser las tres de la tarde y en lunes, y me senté en una banca a la sombra de un árbol frondoso, sin lograr recordar su color o su forma o su olor, pues lo único que veía del exterior eran figuras, pues aunque no se puede desactivar la vista, sí la percepción. 

            Miré mi teléfono para ver los mensajes (pues de otra forma no hubiera sabido que ya habían pasado tres horas), y sólo tenía uno que resumía mi estado de ánimo y todo lo que había perdido, así como la razón por la cual el destino me había mandado a sentarme en aquella banca, en aquel parque y bajo aquel árbol: Se acabó.

           Y, efectivamente, así fue. Todo se había acabado. Mi vida seguiría. Mi camino entraría a las vicisitudes del sino que se me había impuesto, y yo lograría salir de él. O quizás no, pero podría mantenerme vivo durante las dificultades que este momento catalizador había cernido sobre mí hasta que otro suceso más grande y menos incomprensible cortase de nuevo mi camino, otro suceso al cual no le importan las anteriores desviaciones, y que sólo le importo yo, pues es él quien me reclama y que me obliga a reverenciarlo y a estar prosternado ante él. Ese suceso es la muerte.

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