Vestimenta

Es como si una maldición se cerniese sobre mí. Sobre mí, un punto insignificante en la nada. Un punto insignificante dentro de otro punto insignificante en el que habitan muchos puntos igual de insignificantes que yo. Yo, que con mis caprichos y mis aflicciones, me pongo en el nivel de gente cuyos sufrimientos son verdaderos. Pero, ¿son verdaderos sufrimientos los de los demás o son igual de estúpidos que los míos?

      No lo sé. Sólo sé que sufro. Silenciosamente. Dentro de mí hay una vorágine que arrasa todo a su paso y que no da tregua alguna. Pero por fuera me pongo un disfraz, con todo y antifaz, que cubre todo lo que tengo dentro. El disfraz es blanco, por cierto, para hacer más verosímil mi aspecto indiferente. Sobrio, indiscernible, soslayable. El antifaz no es un antifaz en sí, pues llamaría la atención. Es una especie de lentes de sol, negras, para que resalte con la sobriedad del blanco. Y al ser mi vestimenta de colores tan contrarios, hace que pase desapercibido por los demás, pues eso me convierte en un cualquiera, en una fotografía en blanco y negro, en la que a pesar de los colores que existen en el fondo, todo se ve igual.

      Pero no por mi. 

     Es una vestimenta que al quitármela al final del día, veo el abismo que tengo en mi interior. Ese cuerpo pútrido y gangrenoso que, a saber si tiene cura alguna, se refleja en el espejo hasta llegar a mis ojos y así poder contemplar lo que soy, lo que no soy y lo que fui. La razón por la que esa enfermedad me carcome por dentro y la razón por la que no quiero encontrarle cura.

     Pero llegará un día, ese día, en el que las varillas de los lentes se zafen de la carcasa y que mi disfraz se convierta en andrajos y no pueda volver a colocarme mi indumentaria. 

     Y ese mismo día, desnudo y sin nada con que cubrirme, ese abismo se abrirá hacia alguien más que no sea solo yo y abatirá a cualquiera que se asome a él, como si fuese succionado a las entrañas del infierno para no volver de nuevo a la tierra de los vivos, y cual rey Midas del inframundo, todo lo que toque con mi piel leprosa y mis venas gangrenosas, se convertirá en lo que yo fui, o soy.

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