Madre nube, hija lluvia

 Oh, lluvia, ven a mí.

Que tu viento revuelva mis cabellos,

que sus alas me lleven a través de ti,

que tu agua empape mis ropas 

y encharque mis botas.


Moja los calcetines hasta que entren en contacto con mi pie,

besa mi cara hasta arrugarla con tu humedad,

y entra en mis ojos hasta que no pueda evitar cerrarlos más.


Pero eso sí, lluvia, ven a mí.


Que tu nube, es decir, tu madre, 

donde naces,

se apiaden de mí y te suelten,

para empaparme y destruirme y 

dejarme a mis expensas.


Que su insistencia en tapar el Sol,

y quitarme un día apacible

no sea en vano.


Porque no hay peor cosa

que un día nublado sin lluvia;

que un día arruinado sin dar el golpe final.


No hay peor cosa que ese limbo gris

que deja la nube, tu madre, 

sin dejar que salgas tú,

destructora de pueblos y bosques y pesares,

y me des el golpe de gracia de una vez por todas.


Aunque es la nube, tu madre, quien decide;

ella es la que me otorga los días soleados con su ausencia,

ella es quien me los quita con su presencia

y ella es quien te suelta para mí.


Oh, lluvia, dile a tu madre que te deje caer,

que no permita dejarme en suspenso,

y estar a la deriva, a la espera de ti,

añorando al sol, que es cuando no estás tú,

metida en las entrañas de tu madre,

esperándome.

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