El último adiós
La noche caía dentro de mí y oprimía mi ser así como a mi habitación. Pasaban las horas, y cada vez se hacía más densa. Había poca luz al exterior, y ninguna dentro del cuarto. El sol tardaría en subir por mi ventana y aún más en taladrar mi interior. No había ruidos, ni voces, ni pasos que se atrevieran a hacerse notar en el exterior, atravesando la nada que hacía la oscuridad. Y yo, intentando dejar de pensar por un maldito momento y dejar atrás los sentimientos que se despertaban, como vampiros, al alzarse las brumas que la noche mellaba en la ciudad. Era como si el gran creador hubiese puesto una cortina negra en el cielo para que, dejándonos a nuestras expensas, fuéramos libres de hacer lo que quisiéramos, pues él no estaba vigilando nuestras acciones; y por un momento no éramos sus hijos, sino seres completamente desconectados de su creación. De esta manera, miraba la ventana que me mostraba los semblantes y los contornos de una ciudad que, de no ser porque de alguna manera...