El último adiós

 La noche caía dentro de mí y oprimía mi ser así como a mi habitación. Pasaban las horas, y cada vez se hacía más densa. Había poca luz al exterior, y ninguna dentro del cuarto. El sol tardaría en subir por mi ventana y aún más en taladrar mi interior.

No había ruidos, ni voces, ni pasos que se atrevieran a hacerse notar en el exterior, atravesando la nada que hacía la oscuridad.

Y yo, intentando dejar de pensar por un maldito momento y dejar atrás los sentimientos que se despertaban, como vampiros, al alzarse las brumas que la noche mellaba en la ciudad. Era como si el gran creador hubiese puesto una cortina negra en el cielo para que, dejándonos a nuestras expensas, fuéramos libres de hacer lo que quisiéramos, pues él no estaba vigilando nuestras acciones; y por un momento no éramos sus hijos, sino seres completamente desconectados de su creación.

De esta manera, miraba la ventana que me mostraba los semblantes y los contornos de una ciudad que, de no ser porque de alguna manera no había la suficiente oscuridad como para impedir verla, no existía si yo no hubiera sido capaz de verla. 

No sé a qué hora escuché el timbre, pero a pesar de la hora y el hecho de que fuera inusual que recibiera visitas incluso de día, sin vacilar ni un momento abrí la puerta. Era ella. No la alcanzaba a ver por la falta de luz, aunque veía su contorno así como los de los edificios y casas que había afuera. Lo que me lo confirmó fue su olor. 

En ningún momento encendí la luz, pero sin decir nada me di la vuelta dejando la puerta abierta para que ella entrara. 

Regresé a mi habitación y escuchaba cómo cerraba la puerta y me seguía. No era necesario, pues ella sabía que yo regresaría a la habitación de nuevo. Me senté en donde estaba antes de la interrupción y con la mirada hacia la ventana. Escuché cómo entraba y se sentaba detrás de mí en la cama haciendo rechinar el colchón.

No dije nada. Ella no dijo nada. Ambos esperábamos a que alguien abriera la boca y dijéramos algo. Pero yo no tenía nada que decir, y ya no me importaba lo que ella dijese. O al menos intentaba persuadirme de eso.

-¿Qué haces aquí? -dije.

-Vine a verte -musitó, e imaginé que estaba inclinando su cabeza.

-¿A esta hora?

-Sí.

Ambos callamos un momento. Luego ella dijo:

-No te volveré a ver nunca.

-Mejor para ambos -dije lacónicamente.

-Sí -mientras su voz se rompía.

-¿Estás llorando?

-Sí.

-Yo también -y empecé a llorar en silencio. Mis lágrimas rodaban y la noche, afuera, intacta.

-Esto es el fin -dijo después de que nuestros sollozos fueran amortiguados por nuestros cobardes corazones. El mío más que el suyo, pues era ella quien había venido. El mío solamente.

No pude evitarlo y volteé a verla para poder distinguirla entre los contornos de los muebles. Ella me miraba, o intentaba hacerlo. Nos miramos. “¿Qué pasó con nosotros?”, pensé. Pero ella, más valiente que yo, me lo dijo.

-No lo sé -dije yo, volviendo mi mirada- todo acabó entre nosotros, es el fin.

Quizás esperaba otra respuesta de mi parte, pero era la verdad, porque ya no replicó nada. Escuché que se levantaba, pues el colchón volvía a rechinar.  Pensé que iría hacia mí, pero sus pasos fueron en dirección contraria, hacia la puerta de mi habitación.

-Espera -dije suavemente. No pude evitarlo.

-¿Qué? -dijo con cierto enojo entre las lágrimas.

-Ven.

-No -y la oí partir de nuevo.

Salió de la habitación y pasaba por el pasillo cuando me levanté, fui hacia ella, la tomé por el brazo y le dije de nuevo:

-Espera.

-¿Por qué?

-Abrázame.

Y la tomé en mis brazos, y ella me tomó en los suyos. No podíamos dejarnos. No queríamos dejarnos. Sin embargo, era necesario. La besé en la frente y me separé.

-Hasta nunca -dije.

-No quiero -murmuró entre sollozos apaciguados.

-Ni yo -la tomé de las manos- pero es necesario.

-Lo sé.

-¿Quieres quedarte? -pregunté, pues en realidad lo deseábamos.

-No, eso empeoraría todo.

-Lo sé -después de una pausa- pero no podemos empeorar más las cosas.

Y se quedó esa noche. El resto es historia. La última noche que la vi. Al despertar, no la vi junto a mí y pensé que había sido un sueño. Pero no lo fue. Su olor. 


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