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Mostrando las entradas de abril, 2021

La ilusión es eterna

  Esta ilusión mete ideas a mi cabeza, la apretuja hasta exprimirla y dejarla seca, y dejarla vacía. Entra al terreno conquistado  por mis miedos y pesares, mis preocupaciones y mis anhelos, para expulsarlos y apoderarse de ella para siempre. Para siempre se quedará ahí, la ilusión, y aunque intente hacerla salir, quedará un ápice de ella que se enraizará para siempre, que se hará dueña de mí. Y yo, dominado y secuestrado por la ilusión, viviré en paz, ignorante, y lo hermoso imperará en mí, y la falsedad habrá ganado la guerra.

Cortes y cadenas

Corta de tajo la gangrena de una vez por todas, y sal de ahí  para siempre. Corta el brazo encadenado sin dudarlo más, porque al estar ese brazo sujeto a cadenas, cuerdas o grilletes, está infectado y maldito, así que ya no lo necesitas. Escapa para siempre  del guardia que vigila tu celda, mátalo si quieres,  quítale la vida, quítasela. No te arrepentirás, porque las cadenas duelen más  que el remordimiento. Y siempre estará justificado, pues tú le arrebataste la vida a tu carcelero, pero él te arrebató tu libertad.

La vida a través del espejo

Entró al baño de mujeres. Se miró en el espejo. Se veía horrible, demacrada, ojerosa. Casi muerta. Pero el espejo la veía hermosa. Radiante. Como si nunca hubiera visto nada igual.       Ese cabello que ella veía maltratado, sucio y reseco, el espejo lo veía dorado, brillante y muy suave. Esos ojos que ella veía lánguidos, vacíos y succionados, el espejo escrutaba en el más hondo de su ser encontrando esa luz que todavía emitían. Esos rescoldos que, entre cenizas, podían volver a ser esa hermosa llama que alguna vez había sido.        Bajó la mirada hacia el lavabo para mojarse la cara y brindar aunque sea un poco de esa vida que poco a poco sentía que iba perdiendo y echar un poco de leña al fuego para que no se esfumara por completo.       Entonces ella pensó que alguien la estaba mirando. Volteó atrás y no había nadie. A los lados y nadie.         No ...

Quiero

  Quiero atravesar acantilados sin tener que pasar por el puente, ni tener que cruzar, temblando, por su piso frágil que se desprende. Quiero subir montañas sin tener frío, sin llegar hasta arriba con equipo, con mis pies desnudos sobre la tierra en la cumbre, y sobre la nieve en la cima. Quiero andar a caballo sin riendas, sin silla, galopar en campos labrados y terrenos escabrosos. Quiero enfrentar monstruos y quimeras sin espada ni escudo ni armadura ni casco, y que se rindan a mis pies al yo destrozarlos, triunfante. Quiero viajar por el mundo sin tener que subirme  a un avión a un barco a un coche, solo yo, caminando y nadando. Quiero llegar a la luna, sin cohete, y lograr la tamaña hazaña sin traje ni tanque, aunque la cabeza me explote. Quiero llegar al final de mi vida sin miedo y sin reproches, pero esto es lo único imposible de todas las hazañas terrenales, pues no es la naturaleza a quien pretendo vencer, sino al ser que pretende vencerla.

Sueños de primavera

¿Recuerdas cuando nos acostábamos en el jardín sintiendo el roce del pasto  incrustándose en nuestros brazos desnudos y nuestras piernas entrelazadas? ¿Recuerdas cuando, acostados en el jardín, con la jacaranda protegiéndonos de los rayos del sol del atardecer y cobijandonos con su manto morado, girábamos nuestras cabezas y nos mirábamos a los ojos? ¿Recuerdas que al mirarnos a los ojos, nuestras pupilas se dilataban y nuestra vista se ofuscaba, y una sonrisa se esbozaba en nuestro rostro, y sentíamos a las hormigas subir por nuestra piel? Pues yo no lo recuerdo,  porque nunca sucedió. El jardín, vacío excepto con una jacaranda en primavera, el césped recién cortado y el sol al atardecer; y nosotros, acostados y entrelazados y ofuscados, con nuestros ojos destellando y entrelazándose  como rayos infrarrojos; nada de eso existió. No existió más que en ese jardín vacío, con una jacaranda y contigo,  ese lugar que no existe, o que aún no ha podido existir.

La boca del infierno

He tenido días buenos, he tenido días malos, he tenido días. Cuando escuchaba, al empezar todo esto, a la gente que decía (mis amigos, mis padres, mis maestros, en redes sociales, en donde sea) que el encierro nos iba a volver locos, era algo así como un decir. Algo que la gente repetía, yo incluido, porque otra gente repetía sobre gente que decía que estar encerrados nos iba a volar la cabeza y a emponzoñar el alma y a arruinar nuestra existencia.        Si alguien común y corriente sabía sobre estar encerrados, es porque había oído sobre los reos en las prisiones, porque había leído el conde de Montecristo, lo veía en personas que vivían todo el tiempo dentro de sus casas y se veía a simple vista que tenían zafado un tornillo. Llamábamos locos a estos últimos.           Y quizá los llamábamos locos porque su encierro era voluntario y eran un poco raros. Como si no pertenecieran a la raza humana o a es...

Limpia

Escupí todo lo que sobraba en mi boca. Limpié mi lengua de la suciedad que la había manchado. Esta cara cenicienta la puse ante  el agua tórrida de la tempestad, para así liberarla de cualquier  vestigio de negrura anómala. Aseé mi cuerpo en la corriente del  río, que se llevó toda minuta de mugre a otro lugar que no sea  yo. Sólo quiero estar limpio de todo el polvo, la tierra, el veneno, que implica el estar  vivo. Quitar toda inmundicia que anega mi  cuerpo, y así regresar a la limpidez inherente, natal y esencial. Desprenderme del olor que esto implica, para así liberarme de todo lo que me impide avanzar sin recular. Y poder así presentarme sin mácula ante todo lo que me importa en esta vida terrenal: Yo.

Vestimenta

Es como si una maldición se cerniese sobre mí. Sobre mí, un punto insignificante en la nada. Un punto insignificante dentro de otro punto insignificante en el que habitan muchos puntos igual de insignificantes que yo. Yo, que con mis caprichos y mis aflicciones, me pongo en el nivel de gente cuyos sufrimientos son verdaderos. Pero, ¿son verdaderos sufrimientos los de los demás o son igual de estúpidos que los míos?       No lo sé. Sólo sé que sufro. Silenciosamente. Dentro de mí hay una vorágine que arrasa todo a su paso y que no da tregua alguna. Pero por fuera me pongo un disfraz, con todo y antifaz, que cubre todo lo que tengo dentro. El disfraz es blanco, por cierto, para hacer más verosímil mi aspecto indiferente. Sobrio, indiscernible, soslayable. El antifaz no es un antifaz en sí, pues llamaría la atención. Es una especie de lentes de sol, negras, para que resalte con la sobriedad del blanco. Y al ser mi vestimenta de colores tan contrarios, hace que...